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Era viernes por la tarde, la lluvia, las nubes grises, el frío, la hierba mojada, un atardecer en medio de las montañas verdes que nunca supe si en realidad eran verdes o eran azules lo único cierto era que estaban llenas de magia, de esa magia que solo estaba en la naturaleza, todo parecía ser perfecto, excepto yo, yo estaba llena de un sinsabor, ese que no se sabe si es amargo o dulce, en cierta manera la dualidad de mi ser me llenaba el alma, pero yo no podía soportar estar viviendo por inercia, o simplemente existiendo teniendo aquel vacío en el pecho que necesitaba ser saciado, o quizás mi pecho estaba demasiado lleno y necesitaba sacar todo aquello que me impedía el flujo normal de mis emociones, yo tomaba un café y al fondo entre esas montañas esas nubes grises me miraban quizás estuviesen reflejando un poco mis sentimientos así definiría yo al color gris como algo neutro, como un sin sentido, aun así siempre me han parecido bellas será porque en ellas hay lluvia y no hay nada mejor que la lluvia, o mejor dicho no hay nada mejor que el olor de la tierra mojada, tiene olor al paraíso, mi olor favorito después del de la hierba, el café, y los besos de mamá, el tiempo fue pasando lentamente, yo solo miraba el cielo y contemplaba el silencio que trae  consigo paz, mucha paz, poco a poco mi alma fue tomando color así como el cielo cuando sale el sol, mi vida era como retrato en sepia, como un día lluvioso; pero recuerdo de pronto que son los días perfectos para apreciar el arcoíris

 

Por: Una caminante